Cuando se anticipa la llegada de un nuevo miembro a la familia, la mayoría de los futuros padres experimentan una mezcla de alegría y emoción tan intensa que comienzan a imaginar cómo será su bebé al nacer, en qué tipo de escuela se educará, cómo se desarrollará su personalidad y qué carrera universitaria podría elegir en el futuro. Sin darse cuenta, empiezan a anhelar un hijo idealizado, lleno de expectativas que, al momento del nacimiento, a menudo se desvanecen, ya que el niño real no se asemeja en nada a la imagen que habían proyectado. A medida que pasan los años y los niños crecen, los padres se sienten cada vez más angustiados y presionados para cumplir con todas esas expectativas; se cuestionan constantemente qué enfoque deben adoptar y qué límites deben establecer para ayudar a sus hijos a convertirse en adultos independientes, exitosos y felices.
Preguntas como: «¿Estoy haciendo lo correcto?», «¿Me habré pasado al llamarle la atención?», o «¿Debería ceder a sus demandas para que se calle?» rondan sus mentes. Probablemente, la mayor inquietud que enfrentan es si están desempeñando adecuadamente su papel como educadores. Esta presión constante puede llevar a que, en su intento por proporcionar la mejor educación posible, cada familia adopte un estilo de autoridad que les resulte familiar y manejable, a menudo replicando el tipo de crianza que ellos mismos recibieron de sus propios padres, creyendo que es el más adecuado. Sin embargo, esta educación a menudo se basa en métodos arbitrarios o agresivos, como cuando una madre, en un arrebato de ira, sentencia con un «¡Porque soy tu madre y te callas!» o «¡Porque lo digo yo y se hace!», privando a los niños de cualquier derecho a réplica y socavando su autoestima y seguridad.
En la actualidad, observamos que este exceso de autoridad se ha multiplicado en muchos hogares, generando en los niños una agresión reprimida que se manifiesta en comportamientos de bullying, ya sea de manera pasiva o activa, buscando una forma de expresar lo que sienten fuera del hogar, especialmente en la escuela. Esta agresión, que puede tener múltiples causas, influye significativamente en la formación de la personalidad del niño, llevándolo a exhibir su frustración o a desquitarse en el entorno escolar como una manera inconsciente de lidiar con lo que carga en casa. Por lo tanto, es fundamental que los padres se detengan a reflexionar: si en su hogar están criando a niños violentos, agresivos o inseguros, es crucial preguntarse: «¿Qué ejemplo les estoy brindando?»
Las nuevas dinámicas de la vida moderna han intensificado este fenómeno. Anteriormente, los hijos solían estar bajo el cuidado exclusivo de la madre, quien se encargaba de su educación, a menudo bajo la amenaza de un padre que, aunque severo, estaba presente en un matrimonio estable que promovía el respeto y las buenas costumbres. Hoy en día, ambos padres suelen trabajar, y muchos matrimonios enfrentan el desafío del divorcio, lo que a menudo deja la responsabilidad educativa en un segundo plano. En el mejor de los casos, buscan figuras de autoridad que se hagan cargo de sus hijos, como hermanos mayores que pueden abusar de su poder, o abuelos que, aunque bien intencionados, ya no cuentan con la energía necesaria para educar adecuadamente y se limitan a satisfacer las necesidades básicas sin prestar la atención que un niño realmente necesita.
Otras razones podrían ser las tensiones diarias o la inadecuada elección de pareja, dificultades económicas, celos infundados, conflictos físicos y verbales, o la falta de respeto entre los cónyuges, mostrando relaciones problemáticas entre los padres, una situación que afecta a los hijos de diversas maneras y que los expone a un abandono y aislamiento emocional forzado. Una de las tareas más complejas en la crianza es ejercer la autoridad y establecer límites al disciplinar a los hijos. Sin embargo, para que esto se logre, es fundamental considerar uno de los aspectos más relevantes en el proceso educativo: el ejemplo que dan los padres y las personas que cuidan a los niños. Debe haber coherencia entre lo que se piensa, se diga y se haga, para que la autoridad de ambos padres sea creíble y válida ante sus hijos. Según cómo se ejerza dicha autoridad, el modelo que se ofrezca a los hijos, la manera en que como padres demostremos cariño y lo que hagamos como adultos responsables de esos niños para que se sientan aceptados, influirá en la construcción de sus relaciones interpersonales fuera del hogar. Entonces, es pertinente que ambos padres de manera individual se pregunten si en casa soy yo quien está formando niños violentos, agresivos o inseguros, ¿qué tipo de ejemplo les estoy brindando? Esto podría llevar a que busquen desquitarse afuera con los más vulnerables, o a convertirse en los más débiles por no sentirse incluidos ni queridos en su entorno familiar. Lo más preocupante es que muchas veces no nos damos cuenta de que nuestra forma de educar se basa en ofensas, humillaciones, golpes o sobreprotección sin establecer límites. Actuar de esta manera nos hace responsables de criar hijos agresivos o completamente inhibidos, irritables o explosivos. Reflexiona, ¿cómo era la dinámica que vivías en casa?, ¿violenta, agresiva, llena de enojo, alegre, con buen sentido del humor, irritable o cambiante…? Y ahora, como adulto y padre de familia, ¿qué cambiarías en tu hogar y qué no te gustaría repetir? Sería útil plantearte preguntas como: ¿qué estilo de crianza aplico en casa?, ¿soy permisivo?, ¿sobreprotejo a mis hijos?, ¿qué tan autoritario soy?, ¿me tomo el tiempo para escuchar y entender lo que necesitan?
Por eso es crucial reflexionar si lo que aprendiste de tus padres, que ahora repites con tus hijos, les está beneficiando en su desarrollo emocional y psicológico, o si, por el contrario, hay aspectos que necesitan ser modificados; por ello te sugiero considerar algunas recomendaciones como: identifica el tipo de crianza que estás aplicando, analiza los resultados, si notas que la dinámica familiar o la relación con tu pareja es hostil o agresiva, cambia patrones de comportamiento que puedan estar causando esta situación. Busca ayuda profesional si no puedes manejarlo solo, así evitarás que tus hijos se vean afectados. Dedica tiempo a ti mismo, regálate unas horas a la semana para realizar una actividad que te apasione y te permita recargar energías para enfrentar las exigencias diarias. Intenta tener reuniones frecuentes en casa con tus hijos, muéstrales interés por lo que hacen, pregúntales sobre sus amigos; procura fortalecer el vínculo y la confianza con ellos.
Tomando en cuenta estas consideraciones seguramente podrás mejorar la relación familiar y gestar en casa niños que en un futuro sean exitosos y con vidas más equilibradas.
BIBLIOGRAFIA
De Léon, M. (2017). ¿Por qué ir a terapia?. México: L.D. Books
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