En el corazón de un verde valle, rodeado de montañas y el canto de los pájaros, vivía un pequeño niño llamado Tomás. Tomás era un niño alegre y curioso, siempre dispuesto a explorar el mundo que lo rodeaba. Sin embargo, Tomás tenía una particularidad: no podía escuchar los sonidos como los demás niños.
Tomás tenía una discapacidad auditiva que lo hacía comunicarse de una manera diferente. En lugar de usar palabras, se expresaba a través del lenguaje de señas mexicano, un lenguaje hermoso y lleno de gestos que le permitía contar historias, hacer preguntas y compartir sus emociones.
A pesar de su discapacidad, Tomás era un niño feliz y lleno de vida. Sus amigos en el pueblo lo querían mucho y siempre jugaban juntos. Sin embargo, Tomás a veces sentía que le faltaba algo. Anhelaba poder escuchar la música de los pájaros, el sonido de la lluvia cayendo y las risas de sus amigos sin necesidad de verlos.
Un día, los padres de Tomás le contaron que se mudarían a la ciudad. Al principio, Tomás se sintió triste por dejar su hogar y a sus amigos. Pero también estaba emocionado por la posibilidad de conocer nuevas personas y experimentar nuevas cosas.
En la ciudad, Tomás se encontró con un mundo completamente nuevo. Había edificios altos, calles llenas de gente y un ruido constante que al principio lo abrumaba. Sin embargo, poco a poco Tomás se fue adaptando a su nuevo entorno.
Lo que más emocionaba a Tomás era la escuela. En la ciudad, había una escuela especial para niños con discapacidad auditiva. Allí, Tomás conoció a otros niños que, como él, se comunicaban a través del lenguaje de señas mexicano. Juntos, aprendían, jugaban y compartían sus experiencias.
En la escuela, Tomás también conoció a una maestra llamada Marina, era una mujer paciente y comprensiva que le enseñó a Tomás nuevas formas de comunicarse y de aprender. Marina también le ayudó a Tomás a descubrir su talento para la música.
Tomás descubrió que podía «escuchar» la música sintiendo las vibraciones en su cuerpo. A través del tacto, podía sentir el ritmo, la melodía y la armonía de la música. Tomás comenzó a tocar el tambor utilizando sus manos y sus pies, y pronto se convirtió en un músico reconocido en toda la escuela.
Un día, la maestra Marina le propuso a Tomás participar en un concurso de talentos para toda la ciudad. Tomás se sentía un poco nervioso, pero también estaba muy emocionado. Quería mostrarle a todos lo que podía hacer con el lenguaje de señas mexicano y con su música.
El día del concurso, Tomás llegó al escenario con su tambor y comenzó a tocar. Al principio, el público estaba un poco confundido, porque no entendían lo que Tomás estaba haciendo. Pero poco a poco, la música y los gestos de Tomás los fueron cautivando.
Al final de su presentación, todo el público se puso de pie y aplaudió con entusiasmo. Tomás había ganado el concurso, pero lo más importante era que había logrado algo mucho más grande: había demostrado que el lenguaje de señas mexicano es una forma de comunicación hermosa y poderosa que puede unir a las personas.
La historia de Tomás nos enseña:
UNA DE NUESTRAS METAS EN LA VIDA DEBE SER APRENDER LENGUAJE DE SEÑAS.
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