A menudo llegan a mi consultorio, niños, y adolescentes referidos por maestros, autoridades escolares, psicólogos clínicos, o médicos generales, particularmente por problemas relacionados con la conducta, las emociones o el aprendizaje escolar. Algunas veces, son enviados para la realización de un diagnóstico médico específico, y la elaboración del informe correspondiente, que incluya indicaciones acerca de lo que los profesionales que los mandaron pueden hacer para manejar las conductas o situaciones que provocan disrupción. En otros casos, el motivo de la derivación es más bien la indicación de un tratamiento farmacológico que resuelva o que elimine las conductas problemáticas del paciente en el entorno familiar o escolar. En no pocas ocasiones, vienen con indicaciones precisas sobre las intervenciones que a criterio de quienes envían, me corresponde realizar: “para que le haga un electroencefalograma que permita saber si tiene problema de hiperactividad y le mande el medicamento que necesite”. También me he encontrado con profesionales de la educación que cuestionan a los padres su decisión de haber traído a su hijo a la consulta de un psiquiatra infantil: “no sé por qué no lo llevó a un neurólogo, él es el que sabe de esto, ese doctor seguro es charlatán, o quién sabe de dónde salió”. Todas estas situaciones, me han llevado a concluir que aún existe bastante desconocimiento de la figura del psiquiatra infantil y del papel que éste desempeña en la atención de los problemas de salud mental en los niños y los adolescentes.
La paidopsiquiatría es actualmente considerada como una subespecialidad médica. El psiquiatra infantil y de la adolescencia (paidopsiquiatra) es un médico que después de haber concluido la licenciatura en medicina general, realizó cuatro años de especialización en psiquiatría general y dos más de subespecialización en psiquiatría infantil en un hospital que atiende a niños con problemas de salud mental, pero con el aval académico de una universidad.
Históricamente hablando, se trata de una disciplina joven, cuyos orígenes se remontan, a principios del siglo XX en los Estados Unidos, con la creación del primer departamento de psiquiatría infantil en la Escuela de Medicina de la Universidad de John’s Hopkins en 1930 y la fundación de la Academia Americana de Psiquiatría Infantil en 1952.1 En México, es en el año de 1947 cuando inicia el primer servicio de psiquiatría infantil, como parte del Hospital Infantil de México. En 1966, se funda el Hospital Psiquiátrico Infantil “Dr. Juan N. Navarro” y en 1971, la Facultad de Medicina de la UNAM, crea el curso de psiquiatría infantil y de la adolescencia, inicialmente como una maestría y que después se convertiría en una subespecialidad de la psiquiatría general.2
El paidopsiquiatra se encarga del diagnóstico y tratamiento de las alteraciones en el pensamiento, las emociones o la conducta que afectan a los niños, los adolescentes y a sus familias. Lo hace principalmente desde el modelo médico -biológico, pero también puede aplicar de forma complementaria algunas de los conocimientos y técnicas de otras disciplinas como la psicología conductista o psicodinámica. Asimismo, toma en cuenta aspectos físicos, emocionales, cognitivos, educacionales, familiares, sociales y del desarrollo para la evaluación del problema, elaborar un diagnóstico y diseñar un plan de intervención, que puede incluir el manejo con medicamentos.3 Sin embargo, el tratamiento con fármacos no se requiere en todos los casos, además de que resulta siempre indispensable proveer de suficiente información y orientación a los padres y al resto de la familia tanto sobre el problema en cuestión como sobre la forma en que ellos pueden intervenir, para ir resolviendo la situación que motivó la atención.
El psiquiatra infantil forma parte de un equipo multidisciplinario y para realizar su labor, trabaja en conjunto con profesionales de otras áreas como psicólogos, profesores, pedagogos, trabajadores sociales, rehabilitadores, fonoaudiólogos, neurólogos o pediatras.
Es importante que como profesionales que trabajamos con niños, reconozcamos la importancia que tenemos cada uno de los actores de la atención en la salud mental, y contribuyamos en informar a la población del rol que todos desempeñamos, lo cual pudiera traducirse en intervenciones más completas y en una mejoría de la salud de nuestros niños y adolescentes.
Referencias
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