Históricamente al trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) tiene un periodo de existencia relacionado al inicio del siglo XX con los trabajos del médico inglés Still (Martínez, 2006); sin embargo, es oficialmente reconocida su existencia cuando la asociación psiquiátrica americana (APA) lo introduce en la segunda edición del manual diagnóstico y estadístico (DSM II), y se mantiene con ligeros cambios en la actual edición del DSM-5. Sin embargo, desde su origen el TDHA ha sido centro de debates desde perspectivas sociales y de la salud, el objetivo de este ensayo es analizarlo brevemente desde perspectivas en la psicología que permita diferenciar el uso social de la médica de la etiqueta diagnostica del TDAH.
Es importante reconocer que el TDAH es resultado del proceso histórico que va aunado al interés por la infancia y su bienestar, e incluso antes de 1900 ya existía evidencia de este tipo de comportamiento, pero era considerado una falta en los moral o simplemente niños que mostraban su maldad, esta visión de apoya en la postura del filósofo Hobbes (Xirau, 2000); que se popularizo tanto en educadores y médicos ingleses, por lo cual no es de extrañar que el inicio de este trastorno se originara en esta cultura, e incluso se observa esta ideología en el libro de Tom Sayer, donde Mark Twain describe la vida de un niño que rompe con las costumbres de una sociedad americana en ciernes que posee aún costumbres victorianas heredadas de Inglaterra, y por lo tanto el comportamiento disruptiva del protagonista es resultado de la falta una madre o que era el mismo demonio (connotación no sólo moral, sino también religiosa) que implicaba la búsqueda de corrección por el método de la vara. En base a lo anterior, no es difícil entender el por qué el TDAH fue calificado por mucho tiempo como un problema de tipo moral que se había medicado, tal y como ocurre con otras problemáticas de la salud mental.
En el otra visión del TDAH, Elías y Estañol (2006) mencionan que en la década de los años 60 se tiene el avance en el área médica y estudio del cerebro genero una revolución que permitían conocer el funcionamiento de los neurotransmisores, lo que dio pie a la aparición a nuevas hipótesis sobre el TDAH, que al no existir evidencia de un daño orgánico observable se buscará un problema con el funcionamiento del cerebro, surgiendo así la teoría de la disfunción cerebral mínima y que ha ido evolucionando hasta la actual teoría de las funciones ejecutivas, donde el comportamiento del TDAH se infiere a partir de estudios obtenidos con diversas técnicas de medición de la neurología que fortalece la hipótesis de que este trastorno tiene su origen en el cerebro.
Sin embargo, los usos sociales a los términos médicos han generado acciones sociales adversas como la generación de estigmas hacia los familiares y personas que son calificadas con TDAH, tal y como lo explica Goffman (1963) el estigma es el resultado de la descalificación hacia el sujeto al no cumplir con las expectativas y valores que una sociedad determinada establece como valores, creencias y modos de acción para el sujeto, y a la persona con el estigma se le aísla, tal y como sucedido con las personas con discapacidad a lo largo de la historia.
Así, no es coincidencia que la década de los años sesenta en EE. UU. que se caracterizó por la lucha de los derechos humanos hacia la igualdad y trato equitativo se permeará en la década de los ochentas y noventas a la defensa de las personas con discapacidad, donde el modelo médico para el diagnóstico del TDAH sea cuestionado y descalificado por organizaciones de padres de familia. Sin embargo, la diversificación y radicalización de estos movimientos sociales ha sido tal forma que incluso hoy se ha llegado apoyar al “new edge de medicina alternativa” y de la conspiración de las farmacéuticas buscando en ellos la curación, e incluso impiden que a los niños con TDAH se les de tratamiento educativo especializado para evitar la discriminación dentro del aula.
Aunado a lo anterior, tenemos en también en EE. UU en los setentas y en los ochentas. la aparición de visiones de psicoterapia humanística y psicoterapia breve que descalificaban la exclusividad del origen del TDAH e incluso señalan que el modelo medico fortalece la idea que el sujeto está enfermo y por lo tanto actúa en consecuencia; lamentablemente la mayoría de estas posturas terapéuticas se niegan al estudio sistematizado de sus tratamientos que confirmen sus postulados acerca del TDAH, y queda en la buena fe del paciente el éxito de estos procesos terapéuticos.
A lo anterior, cabe recordar lo señalado por Acle (2012) que la identificación y el diagnóstico (del TDAH en nuestro caso) es resultado del proceso social e histórico donde la bases de la ideología y conocimiento están en una constante evolución, y el psicólogo debe ser cuidadoso de no tomar partido solo en base a sus creencias, porque se estaría cometiendo un error importante que afectara sin dudar al sujeto y su familia.
Es decir, la identificación y diagnóstico el TDAH que se haga del sujeto es el reflejo de un momento especifico en la vida del sujeto pero lo es también del psicólogo, el cual realiza su labor con base en el conocimiento científico (aunque falible), por lo cual es necesario que al comunicar a la familia que un niño tiene TDAH hacer evidente no sólo los aspectos médicos del caso, sino que se exponga ante la familia los aspectos positivos y fortalezas del individuo sin caer en ilusiones o fantasías.
El TDAH para las familias es un reto, pero es importante no caer en expectativas que pueden poner en riego a todos, BarKley (2000) menciona que el TDAH no es un don ni una virtud, pero se debe dar crédito a las personas y familias lo que saben sobre su problemática, y que la búsqueda de soluciones este fundamentada en el conocimiento y progreso constante que de lo conoce del TDAH, siempre actualizado.
Entonces, se desea concluir con el hecho de identificar y diagnosticar a una persona con TDAH no es un en sí mismo un estigma ni discriminación, sino que es parte de las funciones del psicólogo, pero el uso que se haga de esta etiqueta se convirtiera ser un problema a la falta un manejo ético de la comunicación e indicaciones tras el diagnóstico.
Segundo, es importante que el psicólogo reflexione sobre el momento histórico en el cual se vive, donde se la sobrerreacción a la etiqueta médica por parte del sujeto, padres de familia e incluso otros terapeutas inicien una jornada en búsqueda de respuestas donde personas con poca ética sacan beneficios ante la falta de información o negación, de aquí que el psicólogo se vuelva un acompañante ayude a discernir el exceso de información para que ellos tomen la mejor decisión.
Referencias
Acle, G. (2012). Evaluar, no es etiquetar. Conferencia presentada en 3er Ciclo de conferencias sobre Psicología y educación, en la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Ajusco el 24 de mayo; Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=vUp7_Kv30u8
Barkley, R. (2000). Niños hiperactivos. Barcelona. Paidós.
Elías, Y. y Estañol, B. (2006). Trastorno por déficit de atención e hiperactividad; bases neurobiológicas, modelos neurológicos, evaluación y tratamiento. México. Trillas.
Goffman, E. (1969). El estigma. Buenos aires. Amorrortu.
Martínez A. (Coord.) (2013). Todo sobre el TDAH; guía para una vida diaria; avances y mejoras como labor de equipo. México. Alfaomega-Altaria.
Xirau, R. (1964/2000). Introducción a la historia de la filosofía. México. UNAM.
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