Cuando incursioné en el mundo de la terapia, creí saber cuál era el factor que diferenciaba a los terapeutas exitosos de los fracasados.
Yo tenía grandes planes, con excelentes ideas, estaba dispuesto a volcar toda mi energía en el consultorio, creí que con haber estudiado (primero una licenciatura, luego una especialidad etc.) podría ofrecer un gran servicio terapéutico, estaba seguro que nada podría fallar.
Sin embargo falló, no tenía claro cómo conseguir pacientes, y los pocos consultantes que llegaban no tomaban más que 2 o 3 sesiones y se marchaban sin dar explicaciones. Estas circunstancias me llevaron a una fase de análisis y reflexión, no lograba entender qué pasaba, decidí seguir estudiando, hice dos especialidades más, una maestría y hasta un doctorado, tomé muchos cursos, sin embargo las cosas no cambiaron mucho.
Le apostaba todo a los conocimientos y a las certificaciones, sin querer me asumí como un técnico de la terapia, es decir: En aquellos años creí que un buen servicio terapéutico estaba supeditado a mi conocimiento y control sobre el trastorno del consultante, por momentos me sentía seguro, sin embargo en el fondo no sabía con certeza si lo estaba haciendo bien.
No lograba articular la teoría con la práctica
Creía que mi responsabilidad en la terapia era que al consultante se le “quitara” el trastorno por el cual me consultaba
Creía que un terapeuta exitoso era el que manejaba más técnicas terapéuticas
Me pasaba horas integrando diagnósticos y evaluando pruebas psicométricas.
Sin embargo, al final del día, no sabía si lo estaba haciendo bien o no, cuando me acercaba a mis maestros, esperaba respuestas concretas, necesitaba mirar en ellos al Mesías o salvador, aunque nunca se negaron a brindarme su apoyo jamás me dieron la “receta”.
Con el tiempo fui mirando que me encontraba atendiendo a mis pacientes desde una postura de soberbia con alta neurosis de control, descubrí que YO NO ERA RESPONSABLE de que el otro cambiara, mucho me ayudo haber conformado el grupo de especialistas que hoy confluyen en la Asociación Mexicana de Psicoterapia y Educación, un grupo de personas comprometidas, siempre dispuestos a compartir.
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